Querido Ritz:
Hoy va a ocurrir algo insólito. Por primera vez en 117 años de historia del Ritz, solo habrá check-out. Ni un check-in. No se oirá ningún ‘Bienvenido’, solo habrá ‘Gracias’ y ‘Hasta pronto’.
Prométenos algo, o prométanos algo (¿tuteamos?): no queremos ver ni una lágrima. Aquí no hay que llorar: hay que celebrar.
El día 28 queremos que, como la diva que es (usaremos el usted), se despida sin mirar atrás y arrastrando la cola del vestido de seda por esas alfombras de varios centímetros de grosor que tiene.
Hay que mirar hacia adelante. No caigamos en la nostalgia, pero juguemos un ratito a ese juego tan goloso que consiste en echar de menos.

Si las paredes hablaran…© D.R.
Las alfombras del Ritz. Las echaremos de menos. También el silencio mullido, el milhojas de Alfonso XIII del Goya y la terraza en los primeros días de verano.
No hablamos por nosotros, que somos vulgares médiums: hablamos por Madrid.
Cuando el día 28 se apague esa bombilla ‘que-nunca-se-apaga’, se apagará también su grande dame. No es una licencia poética: así llaman a los hoteles de los que las ciudades se siente orgullosos.
Le Bristol, La Mamounia, Crillon, Claridge´s, Langham, Gleneagles… Ellos son parte de esta tribu, son los templos a los que peregrinamos los fieles locos de este culto laico.
En Madrid quedarán magníficos hoteles (algunos muy cerca) y cuando renazca convertido en Mandarin Oriental será un locurón.
Sin embargo, el Ritz, este Ritz, la gran dama que te entrega violetas cuando te vas, la vieja dama que lo ha visto todo ya no estará.
Usted ha debido ver mucho entre estas paredes. En realidad, ¿qué no ha pasado entre estas paredes? Ha tenido a Madonna, a reyes con corona y sin corona, a espías, a Fidel Castro, a Michelle Pfeiffer…
Sus salones los han pisado gentes malas y buenas, porque todo hotel es un reflejo de la sociedad. Digamos el nombre que digamos, si ha pisado Madrid, ha estado en el Ritz.

En realidad, ¿qué no ha pasado entre estas paredes?© D.R.
¿Carlos y Diana? Estuvieron. ¿Nelson Mandela? Sí. ¿Hemingway? Pero qué preguntas hacemos.¿Clinton? Por supuesto. ¿Sinatra? Cómo no, si Ava andaba pululando. ¿Brad Pitt? ¿Y nos lo perdimos?
Nos gusta imaginar a Grace Kelly abriendo estas puertas color marfil. La pobre mujer declaró que tuvo que convertirse en princesa para que la dejaran entrar. Su hija Carolina se alojó en la suite 511 durante la boda de los Reyes de España. ¿Colgaría su Chanel azul celeste en el armario o lo dejaría sobre uno de los sofás color mostaza? No fue la mejor noche de su vida. Carolina, vuelve al año que viene.
Querido Ritz: cómo nos gustan sus mitos y sus leyendas. Qué buenos asideros son siempre para un hotel.
Nuestra favorita es la que reza que durante décadas los actores y faranduleros tenían prohibida la entrada. Por eso Grace Kelly no entró como Grace y sí como Gracia.
No es del todo cierta, aunque nos encanta soltarla en la sobremesa. Para proteger la paz interior se prefería que no vinieran porque siempre arrastran jolgorio y flashes.
James Stewart tuvo que acogerse a su condición de militar, pero sabemos que Ava Gardner aparecía por aquí. Y de Lola Flores ni hablamos. Lo que debían ser esas dos mujeres, con esos físicos de sacerdotisas, deslizándose por esos salones con una copa en la malo y los abrigos de pieles escurriéndoseles…
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Nos gusta imaginar sus luces, pero también las sombras© Alamy
Nos gusta imaginar las luces, pero también las sombras. Hubo un momento (has tenido tiempo de todo, bandido) de ser hospital de sangre. Aquí murió, en 1936, Durruti.
También fue refugio de espías durante la I Guerra Mundial y esa imagen es de nuestras favoritas: nos encanta pensar en los cuchicheos en el patio central, con el piano de fondo.
Por cierto, ese piano nunca se calla. Ayer tocaba As times goes by, como una concesión a la nostalgia en estos días en los que todo ocurre por última vez.
Cuántas últimas veces. Date un baño en esta bañera de mármol. Será la última vez. Hazte una foto en este sofá mostaza que da al Prado. Será la última vez. Baja por la escalera alfombrada (más alfombras) será la última vez. Cierra la puerta con la cadena. Abre el minibar de madera pintada a mano. Siente el peso de la llave, con forma de llave de la habitación. Ven con tu amante. Será la última vez.
Y así. Serán los días de las últimas veces. No son tristes las últimas veces. Son… últimas.
Vendrá el futuro y será mejor, querido Ritz, porque siempre lo es. No hay forma de estar triste con la nueva etapa porque en un año tendrá lo único importante que le faltaba: una piscina.
Antes de cerrar, déjenos que nos regodeemos con algo. Es algo muy sencillo, pero es lo que de verdad define a un hotel como usted: el aire que queda dentro, las personas.
Nos hemos puesto cursis y, en esto punto, nos importa un pimiento. Permítanos que miremos esa función de teatro que no ha parado desde 1910.
Miremos cómo se comporta por este escenario de varias plantas este reparto coral; cómo se mueven los camareros en el desayuno, como si fueran bailarines, cómo cada actor tiene su pedazo de escenario.
Querido Ritz: sabemos que necesita una reforma. Usted también lo sabe. Los cierres con cadena son muy románticos, pero quizá haya que revisarlos. Las duchas de mármol son exquisitas, pero Mandarin Oriental, que de bienestar lo sabe todo, las convertirá en paraísos.
Igual desaparecen las mesas camilla de algunas habitaciones y no pasará nada porque llegarán otros muebles que también serán producto de su tiempo. El siglo XXI, quizá no sea de mesa camilla.
Esperemos que no le llenen de pantallas absurdas llenas de funciones que no vamos a necesitar, que aprovechen los cientos y cientos de metros de increíbles alfombras; parecen alucinaciones.
Ahora, querido Ritz, descanse; necesitará fuerzas para la nueva era. Estos asiáticos de Mandarin son exigentes y la querrán fuerte. Gracias por regalarnos tantas historias.
Insistimos: el día 28 no queremos ver ni una lágrima. O quizá una. Nos vemos en unos meses, vieja dama. La función volverá a comenzar.
Atentamente:
Nosotros (y Madrid)
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